Después de contemplar desde el aire las
luminosas calles de Tel Aviv, aterrizamos y nos encontramos con una enorme fila
de personas que teníamos que ser sometidas a un control de seguridad para entrar al país. Aquí se nos
preguntaban cosas como el lugar de origen, nuestras intenciones en el país,
nuestra ocupación laboral o el tiempo que íbamos a permanecer en el país.
Sabiendo que si nos sellaban en el pasaporte hubiéramos tenido problemas para
entrar en países árabes nos ofrecieron una especie de carnet de papel a modo de
pasaporte que nos permitía la estancia en el país tantos días como les
hubiésemos dicho. Al día siguiente caduca.
Una vez pasado el
control y con el “pasaporte” en mano, Óscar y yo nos dirigimos hacia la casa de
una pareja israelí que nos habían ofrecido alojamiento gracias a Couchsurfing (misma página con la que conseguí cama en Noruega). Ya me había estado
comunicando previamente con ellos a través de la página web; me dieron el
nombre de la calle, me indicaron perfectamente cómo llegar e incluso nos
intercambiamos los números de teléfono pero, una vez subidos en el cercanías de
camino a su casa todo estaba en hebreo: tanto las señalizaciones como las voces
de los altavoces que nos indicaban el nombre de las paradas. De modo que decidimos prestar atención a los audios de la megafonía.
Al mismo tiempo, y mientras comíamos algo de salchichón y queso traído de Cracovia, nos llamó especialmente la atención ver a un chico que rozaría los 18 años subirse al tren con un fusil entre sus brazos y vestimenta militar. No cabe olvidar que el servicio militar es obligatorio en Israel tanto para hombres -3 años- como para mujeres -2 años-.
Al mismo tiempo, y mientras comíamos algo de salchichón y queso traído de Cracovia, nos llamó especialmente la atención ver a un chico que rozaría los 18 años subirse al tren con un fusil entre sus brazos y vestimenta militar. No cabe olvidar que el servicio militar es obligatorio en Israel tanto para hombres -3 años- como para mujeres -2 años-.
Pasada la hora en
el tren y llegando a la medianoche, Óscar y yo acabamos por preguntar a otros
pasajeros sobre la parada en la que deberíamos bajar, pues llevábamos demasiado
tiempo ahí metidos sin haber escuchado nuestra parada. Para sorpresa nuestra,
nos comunicaron que nos teníamos que
haber bajado hacía una hora en la segunda parada ya que ahora nos estábamos
dirigiendo hacia Haifa, ciudad ubicada en la costa norte de Israel y a
pocas horas de El Líbano. En definitiva, estábamos
perdidos.
Afortunadamente,
Israel es un país donde hay wifi por todas partes, incluido el tren, los
autobuses o la estación de Haifa donde bajamos. Ahí pudimos ver por Google maps
dónde nos encontrábamos en el mapa y pudimos comunicarnos con la pareja de Tel
Aviv que nos estaba esperando. Mientras nos reíamos casi sin parar al mismo
tiempo que íbamos asimilando lo que nos estaba pasando, tuvimos que decidir
entre todas las opciones posibles: buscar un hostal a la 1 de la madrugada por
las calles de Haifa, volver hacia Tel Aviv a las 2.30 para dormir con la pareja
o dormir en la playa. Y dado que nos encontrábamos a 100 metros del Mar
Mediterráneo, el clima era súper cálido aún de madrugada, teníamos wifi cerca
de la estación y el lugar parecía bastante seguro, nos decantamos por la última opción: dormir en las playas de Haifa.
Por suerte,
estábamos a las afueras de la ciudad y al lado de un guarda militar que
protegía con su fusil la entrada a la estación, de manera que al principio nos asentamos
cerca de él. Además. al lado había unos baños públicos con duchas, retretes,
agua corriente e incluso papel higiénico que, en esos momentos puede salvarte
de varios apuros. Así pues aprovechamos para lavarnos los dientes, coger suministros
de papel y dar un paseo por la playa.
Israel es un país
que, al estar tan militarizado, no nos dio la impresión de ser peligroso en
cuanto a pillaje o vandalismo. Por ello, mientras paseábamos decidimos
alejarnos de la estación y dormir a pie de playa con el mar Mediterráneo de
fondo.
Pero, pasada una hora y
habiendo dormido la mitad, la brisa marina empezó a pegar con más fuerza, de
modo que tuvimos que levantarnos de nuevo a eso de las 3 de la madrugada para
buscar otro asentamiento que nos cubriese del viento. Al cabo de casi una hora
indagando como zombis, encontramos tras la carretera una pequeña colina de
tierra y piedras junto a unos aspersores y arbustos
que parecían perfectos como cortavientos. De modo que ahí nos tenéis: 2 chicos
de Madrid y Zaragoza procedentes de Polonia, recién llegados a Israel y ya
perdidos en Tierra Santa que acaban durmiendo detrás de unos arbustos
en una ciudad que no esperaban y ubicada a más de una hora en tren de su
supuesto lugar de destino -ahí tirando hacia El Líbano-.
Para colmo, ahora que ya estábamos protegidos del viento, fueron los mosquitos los siguientes en actuar. Era tal la nube de mosquitos que Óscar y yo teníamos sobre nuestras cabezas que tuvimos que ponernos la toalla y la chaqueta sobre la cara dejando paso al frío y a una respiración más costosa. Aún así seguían accediendo hasta la oreja con su típico sonido ultra agudo que consigue meterse hasta el fondo de tus entrañas y con el que acabas abofeteándote a ti mismo con el siempre fallido fin de matarlos.
Para colmo, ahora que ya estábamos protegidos del viento, fueron los mosquitos los siguientes en actuar. Era tal la nube de mosquitos que Óscar y yo teníamos sobre nuestras cabezas que tuvimos que ponernos la toalla y la chaqueta sobre la cara dejando paso al frío y a una respiración más costosa. Aún así seguían accediendo hasta la oreja con su típico sonido ultra agudo que consigue meterse hasta el fondo de tus entrañas y con el que acabas abofeteándote a ti mismo con el siempre fallido fin de matarlos.
Finalmente, con
la salida del sol pusimos fin a la peor noche de mi vida en la que Óscar no durmió más que 2 horas y yo
siquiera superé los 30 minutos.
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