viernes, 18 de abril de 2014

VIERNES SANTO 18 ABRIL: HAIFA-NAZARETH

A pesar de la mala noche, era tal la rabia acumulada por la impotencia de los mosquitos que pasó a convertirse en energía a la mañana siguiente. Desayunamos unas cuantas barras de cereales -también traídas desde Cracovia- y, aprovechando que nos encontrábamos en Haifa, decidimos visitarla. Conforme nos dirigíamos a unos jardines que habíamos visto gracias a la red de wifi pública, nos sorprendió ver cómo los taxis no hacían más que pitarnos por doquier. Al rato, descubrimos que es su forma de mostrar a los viandantes que están libres. Pese a ello, no son los únicos, pues la mayoría de conductores toca el claxon por cualquier motivo.
Apenas eran las 11 de la mañana y el sol ya pegaba con fuerza, lo cual fatigaba al mismo tiempo que nos brindaba unas vistas únicas de la ciudad, sin niebla ni sombra alguna.

Estos jardines, llamados “Jardines Bahai” están abiertos al público de manera gratuita y están perfectamente cuidado: todo estaba tan minuciosamente tratado que no había error que se les escapase. 
Al final, el habernos perdido en Haifa resultó ser una de las mejores cosas que nos pudo haber pasado en este viaje. Andando entre su flora se respiraba un aire tranquilo y relajado: en parte provocado por el silencio que se nos rogaba a los visitantes y en otra, por la inquietante simpatía y alegría de los voluntarios encargados del mantenimiento de las instalaciones, quienes debían ser Bahais. El bahaismo es la religión que creó estos jardines y que, al mismo tiempo, funcionan como su sede mundial.
Esta religión: la Bahai, está basada en un mensaje de paz y amor parecido al cristianismo pero también mezclado con la vertiente más mística del Islam. Según los panfletos es la más joven de las religiones independientes del mundo, con 5 millones de adeptos dispersados ya en 247 países. Su fundador y profeta es Bahá´u´lláh, quien acabó siendo desterrado, martirizado y asesinado por los islamistas en el siglo XIX. Nos llamó la atención el hecho de que no admitían donativos ni ninguna clase de ayuda económica por parte de los visitantes, sino solamente de sus propios fieles. También era curioso ver los templos que había entre sus jardines: relucientes, bien cuidados y bastante minimalistas.
Dejando Haifa atrás, compramos pan y con el embutido que aún teníamos de Cracovia comimos unos bocadillos mientras nos dirigíamos a Nazareth. Fue entonces cuando la mala noche pasada empezó a hacer sus efectos con los microsueños. Quizás también potenciada por la cantidad de sol a la que habíamos estado expuestos y a la caminata que habíamos hecho, una vez subido al autobús de línea empezábamos a dormirnos despiertos. Completamente sin fuerzas al abrir los ojos sentía haber estado durmiendo 2 horas cuando en realidad, según Óscar, sólo había cerrado los párpados unos 20 segundos. 
Finalmente, bajamos de este bus de línea para subirnos al que nos llevaría a Nazareth, ubicada en la zona de Cisjordania (que junto a Gaza, forma Palestina), por lo que tuvimos que pasar otro control militar de carreteras para pasar "la frontera". 
Pasado el mediodía, conforme nos adentrábamos a la ciudad era inevitable no pensar en la Biblia y todos aquellos evangelios que tanto hemos oído hablar desde pequeños con origen en Nazareth, lugar donde vivió Jesucristo y sus padres: San José y la Virgen María. Sin embargo, y a pesar de la buena conservación del centro histórico y sus edificios de piedra blanca, la imagen de la ciudad se veía afeada por el caos de sus carreteras y el ruido de la música y los cláxones provenientes del interior de los coches. Aun así, mi primera impresión de Nazareth fue muy buena, pues me encontraba en una ciudad totalmente diferente a las que había visto anteriormente en Europa, y donde pude, al fin, sentir de nuevo el clima mediterráneo que tan ausente estaba en mis anteriores destinos de Europa.
El principal reclamo de la ciudad es la BASÍLICA DE LA ANUNCIACIÓN, construida sobre las ruinas de lo que en su momento hubiese sido el hogar de la Virgen María. Al atravesarlo, en dirección a nuestro hostal tuvimos que recorrer el colorido Mercado de la Ciudad Vieja de Nazareth, donde pudimos encontrar objetos de todo tipo; desde alfombras hasta sartenes, pasando por pulseras, zapatillas o regalices. Pero era tal el cúmulo de gente que, unido a la gran concentración de calor que se había causado en la estrechez de la avenida, tuvimos que apresurarnos en salir de ahí.

Una vez encontrado el hostal vimos que no era más que una casa privada llevada por una familia con sus 3 hijas, con un bonito y acogedor patio interior y 2 habitaciones con varias camas que ofrecían para los clientes. Tras asentarnos, salimos a callejear un rato, comimos y nada más ponerse el sol nos fuimos a dormir, pues el cansancio que llevábamos encima no nos permitió continuar. Dormimos 11 agradables y hermosas horas aquella noche.

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