martes, 22 de abril de 2014

JERUSALÉN-MAR MUERTO-JERUSALÉN-TEL AVIV-POLONIA

Era nuestro último día y no podíamos irnos sin probar un chapuzón en el agua del Mar Muerto. Nos dirigíamos de Jerusalén hacia el sureste, mientras que nuestro avión salía de la estación en unas horas desde Tel Aviv -ubicado en el lado opuesto-, por lo que no podíamos permitirnos errores con el crono. Estaba en nuestros planes visitar el Mar Muerto desde el principio pero, tras el incidente de la noche a la intemperie en Haifa, el de la salida de Nazaret dificultada por el Sabbat o el del overbooking en Jerusalén, tuvimos que trastocar todo. Al llegar a la estación (llena de militares que vendrían de hacer sus maniobras) nos montamos en un autobús con destino a Ein Gedi, que es un pequeño oasis con jardines y saltos de agua en medio del desierto situados al sur de Israel.
En el autobús ponía como letrero “Ein Gedi”, por lo que Óscar y yo supusimos que ésta era la última parada del trayecto. Tras una hora en el transporte el conductor empieza a decir paradas tales como “Ein Gedi exteriores” o “Ein Gedi balneario”, en las que apenas bajaba gente, por lo que supusimos que debería haber una última denominada como en el letrero “Ein Gedi” o “Ein Gedi playa” donde todo el mundo debería bajar. No fue así.


Con el Mar Muerto todo el rato a nuestra izquierda y viendo que las paradas ya no se parecían al del letrero, preguntamos a unas chicas que, tras hablar en hebreo con el conductor, nos comunicaron que nos habíamos pasado la parada. No sabíamos a donde se dirigiría exactamente pero según el GPS nos estábamos moviendo cada vez más hacia el sur, en dirección Egipto, de manera que decidimos bajarnos en medio del desierto, con Jordania en el fondo y el Mar Muerto a modo de frontera natural entre ambos países. 
El paisaje era desértico: arena, rocas agrietadas, un calor abrasador y una sola carretera en medio de la nada que nos debería conducir a orillas del Mar Muerto para darnos un baño antes de coger nuestro avión en Tel Aviv, que estaba a más de 2 horas de donde nos encontrábamos. Afortunadamente, y sin saberlo nos enteramos de que nos encontrábamos a los pies de la Masada, que es una fortificación construida en lo alto de una montaña que empezó con asentamientos humanos ya en la Edad de Cobre. Al ser un punto muy turístico en Israel tuvimos la gran suerte de no esperar mucho hasta que vino un autobús que nos llevase de vuelta a orillas del Mar Muerto.

Masada
Tras poner al corriente al conductor, nos llevó 2 o 3 paradas hasta nuestro destino sin tener que pagarle nada. Es entonces cuando por fin, pudimos bañarnos en el Mar Muerto. El agua era tan espesa que parecía aceite, de hecho, debido al excesivo nivel de salinidad que tiene, actuó a modo de capa protectora ante el sol además de dejarme la piel tan suave como el culito de un bebé.
Tras media horita de baño sintiéndonos cual corcho en agua nos dispusimos para la vuelta a Tel Aviv. No venían autobuses pero encontramos un taxi furgoneta como el que nos llevó de Nazaret a Jerusalén. Al ser los primeros en montar pudimos elegir TelAviv como destino, aunque con parada en Jerusalén. Tras algo más de 2 horas entre taxis llegamos a la ciudad, totalmente intercultural y heterogénea. Como no queríamos perdernos de nuevo nos dirigimos al aeropuerto con 4 horas de antelación a la hora de despegue del vuelo. Éstas resultaron ser las idóneas, pues al ser un país en guerra está lleno de controles. Estuvimos unas 2 horas entre una terminal donde nos venían chicos de unos 21-25 años preguntándonos por nuestra estancia, nuestro destino o nuestro historial en países musulmanes y otra en la que nos pasaban una bayeta electrónica por todas y cada una de nuestras prendas del equipaje. Pasado todo este control de seguridad nos movieron de nuevo a otra terminal, que era la definitiva donde finalmente cogeríamos nuestro avión con destino a Polonia.

lunes, 21 de abril de 2014

JERUSALÉN

Con el desayuno de bufet del hotel comimos tanto como pudimos para así aguantar el resto del día. Aun así, cuando volvía el hambre a eso de las 18 de la tarde, nos apañábamos con las provisiones que previamente habíamos cogido en el desayuno para seguir adelante: pan con humus, pepinos, tomates, queso, jamón, dulces, frutas…  Al venir desde un país tan barato como Polonia, no podíamos permitirnos grandes lujos que descompensasen el resto de nuestro presupuesto para nuestra estancia Erasmus.
Aprovechando la ubicación de nuestro hotel, empezamos por visitar lo que teníamos más cercano: un grandísimo cementerio judío (donde varios de ellos creen que el Mesías aparecerá según la tradición de Zacarías), la Iglesia de la ascensión de la Virgen María, el Monte Getsemaní y el Monte de los Olivos. Estos dos últimos resultaron ser bastante pequeños y, además de estar uno al lado del otro, también los estaban con los pies de la muralla de Jerusalén.
Iglesia del Getsemaní y abajo el Monte de Los Olivos
Conforme nos adentrábamos en la ciudad, visitamos además la tumba de la Virgen María, el cenáculo (lugar de la última cena) o la tumba del Rey David. Pero, como todos sabemos, Jerusalén no es solamente una ciudad católica apostólica romana sino que, a parte estar compartida con musulmanes y judíos, también lo está con cristianos ortodoxos, coptos o armenios. De hecho, el Jerusalén histórico de intramuros está dividido en 4 barrios: judío, cristiano, musulmán y armenio.
Exterior de la Abadía de la Dormición
Interior de la Abadía de la Dormición
Cenáculo
Sepulcro de la Virgen María
En el Barrio Musulmán pudimos contemplar la Vía Dolorosa, que sigue el recorrido que hizo Jesucristo cargando la cruz con la que después sería crucificado. También aquí se encuentra el Domo de la Roca, que es el edificio más grande de Jerusalén y que más llama la atención por su gran cúpula dorada y sus extensos jardines. Estos estaban dedicados a la oración y a charlas al aire libre que los imanes hacían ante sus fieles. 
Muro de Las Lamentaciones con el acceso al Domo de La Roca a su derecha
Interiores del Domo de La Roca



Para entrar aquí debíamos atravesar el Muro de las Lamentaciones, que no deja de ser una pared superpuesta al edificio musulmán y que, hace milenios, era parte del templo de Herodes antes de que los romanos los destruyesen. Aquí debimos pasar por un detector de metales y un control de seguridad en el que nos hicieron tirar el chorizo que aún nos quedaba de Polonia aún sin saber si era de cerdo, pues estaba escrito en polaco.

Al adentrarnos al Barrio Judío, empezamos a ver una gran cantidad de judíos ortodoxos, fácilmente reconocibles por sus grandes barbas y bucles sobre las orejas, prendas negras y blancas que acaban en grandes sombreros de copa, una mujer que no enseña siquiera tobillos y 5 o 6 hijos que los acompañan igualmente vestidos.
Al llegar al Muro de Las Lamentaciones, nos dieron una quipa de plástico que debíamos llevar sobre nuestras cabezas en caso de querer acercarnos a rezar al muro. Aquí fue bastante impactante encontrarse de cara al muro más famoso del mundo y tocarlo mientras el resto de judíos oraban en silencio, leían la Toráh o incluso cantaban alabanzas al ritmo de sus peculiares movimientos reverenciales. A la izquierda de este muro, dividido en dos partes según el sexo, había una pequeña cueva a modo de librería llena de mesas, sillas y libros accesibles a todo el que quisiera.
Tras atravesar el barrio judío, donde también hay unas columnas de 2000 años de antigüedad pertenecientes al cardo romano de la ciudad, llegamos al desconocido Barrio Armenio.  Éste era prácticamente una esquina y tenía banderas armenias entre sus 3 o 4 calles correspondientes. Aquí entramos a un patio perteneciente a una comunidad armenia donde parecían vivir varias familias que compartían edificio con alguna que otra sala dedicada a la oración. En lo que hacíamos alguna foto, un sacerdote con un largo vestido negro y con grandes barbas blancas nos comunicó con cierto enfado que si no éramos armenios debíamos marcharnos, ya que, sin quererlo, nos habíamos colado.          

 Al día siguiente, y con la misma táctica del desayuno nos dirigimos hacia el Barrio Cristiano. De camino a este, pasamos por el templo y la Torre de David, donde aprendimos sobre la historia del pueblo de Israel a lo largo de los siglos.

Pero el principal reclamo turístico de este barrio no es ese, sino la Iglesia del Santo Sepulcro, construida sobre el sepulcro donde, supuestamente, Jesús fue sepultado y resucitado. A diferencia del Muro de Las Lamentaciones judío o el Domo de La Roca musulmán nos llamó la atención la ausencia de seguridad en el templo, sin mayores controles de mochilas, metales o identificación que algunos voluntarios que organizaban las masas.

Nada más entrar nos encontramos con el sepulcro de frente, donde, dicen, fue embalsamado Jesucristo antes de ser sepultado. Tras unas bendiciones acompañadas con cantos por unos monjes ortodoxos (principales gestores del templo) pudimos acercarnos a tocar la tabla donde varias de las personas se desplomaban de la emoción y lloraban mientras otras oraban o entregaban ofrendas para obtener la bendición del Creador.
A pesar de ello, y sin ser el oficial, a las afueras de la ciudad hay otro lugar donde dicen que Cristo fue crucificado y resucitado. Para empezar, el sitio se encontraba a extramuros, donde según la Biblia y la historia tenían lugar las crucifixiones; y no en pleno centro de la ciudad. Además, se encontraba sobre una pequeña colina que, desde donde nos encontrábamos, pudimos apreciar tenía forma de calavera. Y finalmente, había una cueva dentro de la colina con un gran corredor precediéndola por el cual habría rodado una gran roca circular que habría dado sepultura al Salvador.
El resto del día lo aprovechamos para ver la Jerusalén cosmopolita, con grandes edificios, avenidas, tiendas de ropa o parques, donde los chavales jugaban entre sí con su atuendo blanco y negro y sus llamativos bucles por las orejas.

 Entre tanto paseo, nos adentramos en el barrio donde varios de los judíos ortodoxos que veíamos rezando por el Muro de Las Lamentaciones vivían. A pesar del gran número de hijos o de lo bien vestidos que iban nos llamó la atención su barrio, prácticamente chabolista: sucio, estrecho, con cables entrelazados por sus tejados o colegios de 100 metros cuadrados donde su espacio de recreo era la calle. 

domingo, 20 de abril de 2014

DOMINGO DE RESURRECCIÓN: NAZARETH-TEL AVIV-JERUSALÉN

Por suerte, esta familia nos había hablado de una compañía de taxis gestionada por musulmanes que sí que trabajan esas fechas y nos podían acercar hasta Jerusalén. Tras salir del hostal por la mañana, fuimos al punto de recogida y encontramos una furgoneta que nos pudo acercar, pero solamente hasta Tel-Aviv, donde después deberíamos coger otro taxi hasta Jerusalén.
Respecto al tema del funcionamiento de los taxis también es bastante curioso, pues no se parece en nada al método occidental: Primero debíamos comunicar al taxista cuál era nuestro destino para así indicarnos el precio del recorrido. Si coincidíamos con sus intenciones montábamos. Una vez subidos, este no salía de la ciudad hasta que la furgoneta llenase todos sus asientos (2 plazas delante, 3 en la parte trasera y otras 3 en la parte del maletero). De modo que tuvimos que aguantar durante una hora a éste dando vueltas por todo Nazareth y pitando a todo aquel que pudiese coincidir con nuestro destino.
En Israel y Palestina el precio de la gasolina es muy barato, por lo que no nos costó más que 45 shequels el trayecto de 1 hora hasta Tel Aviv y 35 por media hora desde allí a Jerusalén (16 euros en total por cabeza).
En el segundo taxi hacia Jerusalén coincidimos con 7 etíopes pero, dado que nosotros éramos 2 y la furgoneta sólo tenía 8 plazas, tuvimos que turnarnos para sentarnos sobre una caja de botellines en el pasillo del transporte.
Al llegar a Jerusalén, y a los pies de la Puerta de Damasco, no pude evitar rememorar todos la acontecimientos que ahí han tenido lugar durante miles de años, ya que prácticamente el origen de la historia de medio mundo revoca en la ciudad donde me encontraba. -Desde mi rama más freak, he de reconocer que también me vinieron a la mente varias de las escenas del videojuego `Assassin´s Creed´ en las que el personaje saltaba de edificio en edificio por las calles de Jerusalén y luchaba contra los templarios-. En esto que, entre tanto asombro, olvidé mi chaqueta en el asiento del taxi. 

Para colmo, Óscar recibe un e-mail de Booking donde se nos comunicaba que había (valga la redundancia) overbooking en el hostal donde teníamos supuesto dormir, por lo que no podíamos pasar la noche ahí. Y, al ser responsabilidad suya, nos querían mover a un hotel de Belén. Afortunadamente, y tras una gran insistencia y resignación, conseguimos una habitación en un hotel de 4 estrellas situado sobre el monte Getsemaní (en la parte palestina de Jerusalén) desde cuyas ventanas teníamos unas vistas insuperables de toda la ciudad: con el Domo de La Roca, el Muro de Las Lamentaciones o la Iglesia del Santo Sepulcro como fondo. 
Lo mejor de todo es que la diferencia del precio con el hostal la pagó Booking, por lo que nos encontrábamos en uno de los mejores hoteles de Jerusalen a precio de hostal.


Para llegar al hotel, tuvimos que cruzar tras la Puerta de Damasco el barrio musulmán, que se encontraba en pleno corazón histórico de Jerusalén. Este estaba plagado de puestos de fruta, telas y accesorios de todo tipo que eran ofrecidos al más puro estilo árabe, con el regateo como principal arma de negociación. Parecido al mercado de las telas de Nazareth pero de dimensiones mucho mayores, se hacía verdaderamente difícil no perderse entre sus inacabables calles. 
Al dirigirnos al hotel a eso de las 19.00 nos topamos con la llamada a la oración que los musulmanes hacen al ponerse el sol. En ese momento nos encontrábamos en el valle que separa terrenalmente el Jerusalén más cisjordano del israelí. Se convirtió en el lugar perfecto para contemplar la parte menos turística de la ciudad con el canto de los imanes de fondo incrementado por los altavoces de cada una de las mezquitas del valle: fue una experiencia realmente única e inigualable.

sábado, 19 de abril de 2014

SÁBADO SANTO (SABBAT): NAZARETH

A la mañana siguiente, ya con las pilas cargadas, desayunamos unos platos típicos que la familia nos había preparado: humus de 2 o 3 tipos, tomates, olivas, cebolletas, pan, té, café, pastas, naranjas… El turismo gastronómico es mi debilidad y ya que se me brindó la ocasión, no dudé en ponerme hasta las botas y coger provisiones para el resto del día.
Una vez repostados, nos dirigimos a conocer la ciudad.
Nazareth se caracteriza por sus recónditas y estrechas calles, propias del urbanismo árabe que ya podemos apreciar en centros históricos como el de Valencia. También lo es por sus diseños arquitectónicos referentes al místico mundo de los sentidos, con una abundante tendencia hacia la decoración epigráfica, los arcos poli-lobulados y los vanos apuntados o de herradura.
Otro de los focos más representativos es una pequeña capilla que está a cargo de cristianos ortodoxos y que está construida sobre el lugar donde supuestamente tuvo lugar la anunciación del Ángel Gabriel a la Virgen María. 
Era también muy curioso ver cómo cada capilla o edificio giraba en torno a algún pasaje de la Biblia y estaba gestionado por distintas religiones como la cristiana católica, la ortodoxa (como la griega), la islámica o la hebrea
Como he dicho anteriormente, Nazareth pertenece a Cisjordania y podíamos encontrar carteles como éste en alguna que otra fachada de las mezquitas, donde habla de la grandeza de Alá como único Dios y de la equivocación de los cristianos por creer en la Trinidad:
Esta última noche fue especialmente bonita y emotiva. Según avanzaba la noche nos acercábamos al domingo de resurrección, momento en el que hubo una gran fiesta en todo Nazareth. Tanto cristianos como musulmanes, o los pocos judíos que había, aparentaban una convivencia muy pacífica entre sí en la noche más especial para el calendario cristiano
Aquí pudimos disfrutar, mientras nos comíamos el mejor kebab que habíamos probado en nuestras vidas, de procesiones que eran llevadas por niños con unos uniformes que se daban un aire al de los scouts y que, de fondo, eran acompañados por fuegos artificiales y diversos cantos de aleluya esparciéndose por la ciudad. Nazareth respiraba paz, alegría y mucho misticismo.

Al llegar al hostal, con una gran parte de nazarenos festejándolo, nosotros debíamos seguir planificando nuestro viaje por Tierra Santa, con Jerusalén como próximo destino. 
Teníamos intención de salir a la mañana siguiente, pero en el momento de chequearlo, la familia del hostal nos informó de que al encontrarnos en Sabbat ni los cristianos ni los judíos trabajaban, por lo que no había autobuses regulares que nos llevaran. Óscar y yo comenzamos a plantearnos seriamente la situación, pues nos veíamos ya atascados en Nazareth otra noche más a cambio de una menos en Jerusalén, y tampoco queríamos repetir lo de Haifa.