martes, 15 de octubre de 2013

VIENA, AUSTRIA (OCTUBRE 2013)

Al poco tiempo de conocer Cracovia, asentarme en la universidad y haber entablado amistades, había llegado el momento de realizar mi primer viaje. Sabía que me encontraba en el medio de Europa y no quería desaprovechar tal oportunidad: Viena, Praga y Budapest eran mis prioridades. 

 Así pues, pasadas poco más de 3 semanas nos encontrábamos subidos en el autobús 2 españoles (Juan y Guille), un portugués (Pedro) y servidor camino a la capital austriaca. 
Uno de los puntos fuertes de Polonia es su compañía de autobuses llamada POLSKIBUS en la que, sea cual sea tu destino, si reservas el viaje con varios meses de antelación puede llegar a salirte por 1 zloty (0.25€). Desafortunadamente, nosotros lo compramos unas 48 horas antes por lo que no salió tan barato pero, aun así, lo era en comparación con los precios de España: 40€ por el viaje de ida y vuelta desde Katowice, ciudad localizada a 1 hora de Cracovia.
Esto significó 7 horas y 30 minutos de viaje para unos 400 kilómetros de recorrido, cuya lentitud se debe al mal estado de las carreteras polacas (pasábamos continuamente por pueblos y carreteras de uno o 2 carriles). Sin embargo, y lejos de lo que esperábamos, los autobuses de POLSKIBUS resultaron ser increíblemente confortables, con 2 pisos, asientos anchos y de cuero, wi-fi incluido, baño e incluso azafatas que te ofrecen zumos, agua, galletas o bollos gratis en algunos de los recorridos, aunque no en este caso.      
 Tras pasar toda la noche intentando dormir en el autobús, llegamos a Viena a eso de las 6.30 de la mañana. Hacía frío, estábamos cansados y soñolientos pero, aún así, nos las apañamos para llegar a nuestro hostal, ubicado a 40 minutos del centro (en metro). Al llegar ahí nos enteramos de que, a diferencia de España, en el resto de Europa el Check-in se realiza a las 14:00 o 15:00, por lo que nos fue imposible acceder a nuestra habitación.
Pese a ello, el servicio del hostal nos permitió acercarnos al comedor, donde pudimos desayunar de bufet gratuitamente. Pero, sabiendo el frío que hacía ahí fuera y con el chocolate caliente del desayuno ya en nuestros estómagos, el cansancio volvió a aparecer de manera que, como nadie pudo descansar durante el viaje, nos fuimos a una sala común a dormir mientras otros huéspedes charlaban o jugaban a las cartas.
Pasada una hora de reposo, dejamos las mochilas en la zona de equipajes del Hostal y nos dispusimos a ver la ciudad. El primer destino y también el más cercano fue el PALACIO SCHÖNBRUNN. Gracias a nuestros carnets de estudiantes pudimos verlo al completo al módico precio de unos 10 euros: habitaciones reales, oficinas, cocinas, patios y sobre todo jardines, muchos jardines y fuentes que te transportaban a la grandiosa Europa de los Austrias.  
Eran tales las dimensiones del complejo que nos llevó 5 horas recorrerlo todo.
El resto de días fueron destinados a patearse la ciudad, probar cerveza austriaca y degustar el famoso Schnitzel, que no dejaba de ser carne empanada con guarnición… 
Andando por el centro histórico era fácil hacerse a la idea de cómo sería el día a día de Mozart o Beethoven por estas calles tan bien conservadas, limpias y organizadas (bastante más que las de la capital alemana, Berlín). No se les escapaba detalle: ventanas, frisos, cornisas, pavimento, farolas… todo era digno de admirar, al igual que lo era la famosísima Ópera de Viena, donde los mejores compositores del mundo sueñan con tocar para el concierto de Año Nuevo.
Acercándose ya al centro de la ciudad, nos impresionó el área del Parlamento Austriaco, el Ayuntamiento de Viena, la Biblioteca Nacional o la Plaza de los Museos. Así como la grandiosa Basílica del Pilar de Zaragoza queda empequeñecida en comparación con las basílicas de Roma lo mismo podría decir de la Madrid de los Austrias con Viena.
Volviéndose a alejar del principal centro de Viena encontramos el PRATER, parque de atracciones más antiguo del mundo cuya principal atracción es su noria de 120 años y 60 metros de altura. Esta vez fue el mundo Disney lo primero que me vino a la cabeza, donde parecía que Pinocho pasaba las tardes. El parque era abierto, por lo que sólo había que pagar en las atracciones que quisiéramos montar.

Fue aquí cuando, en un momento de braveza, me lesioné la muñeca jugando con mis compañeros de viaje en la dichosa máquina de boxeo donde se mide la fuerza de tus puñetazos. Quizás por el frío o por la emoción del momento, pero el caso es que no sentí nada hasta que, a la mañana siguiente, decidí pedir en recepción una venda, ibuprofeno y antiinflamatorio; pues el dolor estaba aumentando (“afortunadamente”, me he lesionado tantas veces las muñecas y tobillos que supe reaccionar rápido). Al llegar a Cracovia y tras un diagnóstico médico me atendieron en condiciones y me pusieron otra venda que debería llevar durante las próximas 2 semanas dado que tenía un esguince de muñeca. 
Pero Viena no es sólo historia, sino que también es futuro. Esto pudimos apreciarlo en una isla artificial formada en medio del río Danubio en la que se había implantado una ciudad empresarial repleta de rascacielos que, aunque resulte difícil creerlo, embellecían aún más la capital.
Ésta se convirtió en una gran experiencia donde, a pesar del frío y el esguince, pude disfrutar y entablar amistad con Guille, Juan y Pedro, a través del cual pudimos conocer más sobre Portugal y sus costumbres al mismo tiempo. También fue aquí la primera vez que vi el río Danubio y su grandiosidad, que es tan inmenso y potente que en su curso por la ciudad está dividido en 2 lagos y 2 canales para así evitar inundaciones. 

Ésta es una ciudad para todos los públicos llena de fantasía y glamour donde cualquier rincón es digno de admirar, ya sea con la pareja, por negocios o en busca de una mejor calidad de vida. Sin embargo, desde un punto de vista más asequible para el bolsillo, y con un gran ambiente bohemio y estudiantil, recomendaría echarle un vistazo a mis siguientes posts sobre Praga Budapest.

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