Me encontraba en el apartamento de Sydney cuando el casero coreano nos presentó a un nuevo inquilino que, en este caso,
no era ni inglés, ni japonés o brasileño, sino alemán. Su nombre era Jonatan,
tenía 30 años y la primera impresión que tuvimos de él fue la de un tipo
bastante hablador, espontáneo e inquieto.
Jonatan, al igual que todos los que vivíamos
en aquel apartamento de Sydney, escondía una bonita historia que le hizo acabar
en la otra punta del mundo, aunque, a diferencia del resto, él apenas había disfrutado
de su juventud.
Con 17 años dejó
el instituto y, tras un periodo personal bastante inestable, decidió comenzar a
trabajar; nada más y nada menos que en un banco. Y es que en Alemania conceden
bastantes ayudas para todos aquellos que quieran insertarse en el mundo laboral
desde jóvenes, aunque sea como becarios. De este modo, Jonatan comenzó colocándose
detrás de los banqueros y economistas de la sucursal para aprender el funcionamiento
de todo cuanto veía. Y, tras varios meses en aquella sucursal, fue ganando
responsabilidades gracias al enorme interés y motivación que ponía en cada una
de sus tareas.
Con el paso del tiempo y junto al apoyo de
sus jefes, Jonatan compaginó el trabajo del banco con los estudios a fin de
obtener un certificado que le permitiese acceder a estudiar economía en la
universidad de Hamburgo. Y, una vez conseguido aquel diplomado en económicas
obtuvo un máster que, unido a su gran experiencia en el sector desde los 17
años, llevó a que sus superiores le concediesen el puesto de director del banco
con nada más y nada menos que 27 años de edad, convirtiéndose así en el
director de banco más joven de todas sus entidades en Alemania.
Y así estuvo durante 4 años disfrutando de
aquella posición privilegiada en la que recorría el país con coches de la más
alta gama o acudía a reuniones, comidas, conferencias e incluso fiestas en
nombre y a cargo de la empresa.
Pero, aun así, había
algo en el interior de Jonatan que le removía la conciencia y le hacía
preguntarse: “Ahora que he llegado tan alto, ¿ha valido la pena gastar mi
juventud a cambio de esto? ¿Es esto lo que verdaderamente me ayuda a crecer
como persona? ¿Realmente quiero seguir así el resto de mi vida?” Por ello, tras
varios quebraderos de cabeza, Jonatan tomó una decisión drástica, renunció al
puesto de director de banco, su coche y su casa y se aventuró a emprender la
aventura de su vida.
Comenzó haciendo un voluntariado de 8 meses en
Sudáfrica enseñando inglés a los niños de varias escuelas de Ciudad del Cabo,
donde acabó aprendiendo mucho más de lo que pudo haber enseñado.
Posteriormente, Jonatan quiso abarcar otra
área que nunca había tocado y trabajar unos meses en la construcción como un
emigrante más, lo cual le llevó a Australia, donde nuestros caminos se cruzaron.
Por suerte, en aquel apartamento de Sydney había muy bien ambiente entre los
compañeros de piso y nos resultó muy fácil entablar amistad, ya que todos nos
encontrábamos en una situación parecida. De ahí recuerdo con especial cariño
las veces en que medio apartamento acabábamos echándonos la siesta después de duras
jornada de trabajo. Aunque al principio se me reía, Jonatan fue, de hecho, el
que más enganchado estuvo a ellas y al final, no había día en que este alemán no
cayera rendido después de comer.
Desafortunadamente, tal y como comento en el
último artículo de Australia, fuimos desalojados del piso a escasos días de
abandonar el país y, aunque para otros hubiera significado un problema, para
nosotros significó una oportunidad donde, gracias a la gran capacidad de
adaptación de Jonatan y su mentalidad positiva, decidimos aventurarnos en un
viaje en coche de Sydney a Victoria por la costa del Pacífico.
A pesar de haber tomado caminos diferentes,
seguimos manteniendo el contacto y he podido seguir sabiendo de su guía de
ruta. Después de visitar el Gran Arrecife de Coral y abandonar Australia,
Jonatan se acercó a Nueva Zelanda por unos días al igual que a Filipinas, donde
su hermana también estaba viajando y le esperaba. De ahí se dirigió a Bali, en
Indonesia, y posteriormente a Vietnam, de la cual dice estar muy gratamente
sorprendido.
A su paso por Tailandia, Jonatan se apuntó a
un gimnasio del país para practicar Muay-Thai y, tras varias semanas de duro
entrenamiento se trasladó a la India, donde alquiló una moto con la que recorrió
el Himalaya indio, llegando a picos de más de 5.300 metros de altura.
Locura o no, Jonatan parece estar dispuesto a
volver a casa tras casi 2 años de peregrinación por medio mundo y, lógicamente,
tendrá que volver a trabajar para vivir, aunque ya no vivir para trabajar; pues
si algo se aprende de estos viajes es que el tiempo y la pasión son los mayores
artífices de nuestras vidas. Si muriésemos mañana, ¿estaríamos viviendo hoy de
la misma manera?