Con apenas 200 años de historia, Sydney ha sabido levantarse con amplias vistas de futuro para convertirse en una de las ciudades más cosmopolitas del mundo y que, unida a su perfecta sintonía con la costa y el mar, también la convierte en una de las más bellas. Esas grandes y limpias avenidas, perfectamente estructuradas entre rascacielos y parques donde constantemente transitan personas procedentes de los cinco continentes me llevan a apodar a esta ciudad como la Barcelona del hemisferio sur.
Sydney ofrece barrios para todos los gustos y colores como son Surry Hills, Newtown, The Rocks, Bondi o Chinatown -donde yo vivo-, repleto de restaurantes chinos, tailandeses, vietnamitas, indios, japoneses e incluso centros de masajes tailandeses.
Aquí me encuentro a 20 minutos del mar, por lo que alguna que otra vez aprovecho para escaparme a sus playas australianas: llenas de fuertes corrientes, normas y conquistadas por los surferos.
En mi opinión, lo mejor de esta ciudad son sus personas, ya que nadie es de aquí: Todos han sido o son inmigrantes. De hecho, la mayoría de australianos que conozco son la primera generación en nacer en el país, por lo que a parte de hablar inglés hablan la lengua de sus padres: español, italiano, griego, chino...
Asimismo, Australia es el país por excelencia de los backpackers, o lo que lo mismo, los mochileros, y Sydney está plagado. La diferencia con respecto a otros países es que aquí ellos, o nosotros, nos quedamos por una estancia mucho más larga por dos razones: una es por la lejanía y enorme amplitud del país y otra es por sus elevados precios y salarios, que nos llevan a tener que trabajar en el país para poder sustentar nuestro viaje económicamente. Así he tenido la suerte de conocer a gente procedente de todas las nacionalidades y con increíbles historias de vida que en su día comenzaron en países como Uruguay, Alemania, Chile, Italia, Inglaterra, Korea...
En mi caso, a parte de estudiar en Sydney, no tenía ni idea de cómo iba a sobrevivir al llegar a una de los ciudades más caras del mundo, y resulta que tampoco lo he sabido durante el resto de mis días: cada semana se ha convertido en una nueva aventura para pagarme el alojamiento y la comida correspondiente. Pero, con un poco de picardía y una gran improvisación, he conseguido buscarme la vida de una forma más o menos entretenida mediante trabajos como peón de obra, camarero, profesor de guitarra y profesor de natación (había que sacarle partido a la piscina comunitaria de nuestro piso).
Sin embargo, esta combinación de trabajo y estudio no me ha dado tiempo a disfrutar apenas de Sydney y sus alrededores, pues prácticamente todos los días de la semana he estado estudiando o trabajando en un sitio u otro. Pero al menos, ¡he sobrevivido!
Han pasado por mi mente mil y una ideas, y sólo con pensar todo lo que puedo hacer por aquí se me hace la boca agua pero, tras recapacitarlo brevemente, he llegado a la conclusión de que Australia es demasiado cara como para vivir y, al mismo tiempo, disfrutar de ella por tantas semanas.
Por ello, mi compañero de piso alemán Jonatan y yo hemos decidido alquilar un coche y recorrer la Great Ocean Road hasta Victoria en 5 días. Y, pasado este viaje, me dirigiré a Bali -Indonesia-, donde todo es mil veces más barato, con la intención de vivir humildemente durante 3 semanas hasta coger mi siguiente vuelo a Filipinas desde Sydney.