Con la compañía de autobuses polaca que ya he comentado en mis anteriores viajes (PolskiBus) el precio del recorrido Cracovia-Berlín salía a 50€ ida y vuelta.
Pese a ello, esta vez fuimos en el Renault Clio de un amigo junto con otro chico francés y Jorge -mi compañero de piso-. El coche no era muy espacioso ni tenía reposacabezas, pero nos turnábamos de conductores y parábamos varias veces para estirar las piernas y evitar agarrotamientos. De este modo nos ahorramos 10 euros por cabeza y 1 hora de trayecto con respecto al autobús.
Pasadas algo más de 6 horas me tocó a mí coger el coche y, tras la primera hora conduciendo, cruzamos la frontera hacia Alemania. En el GPS no veía límite de velocidad ni tampoco carteles en la carretera, pero aun así no estaba seguro de si podía ir a más de 130 km/h (velocidad máxima en las autopistas polacas). No lo tenía claro hasta el momento en que, yendo a tal velocidad, veía como la mayoría de los coches me adelantaban a toda pastilla. Fue entonces cuando ya me percaté de que no había límite y pude apretar con gusto el acelerador. Desgraciadamente, el Renaul Clio tenía más de 15 años a sus espaldas y no pudo superar los 150 km/h sin parecer que fuese a explotar.
Tras algo más de 8 horas de viaje
llegamos a Berlín. Nuestra primera impresión desde el coche fue muy positiva,
pues llegamos un 1 de Mayo, día muy celebrado en la capital germana. Había muy
buen ambiente, conciertos y multitud de jóvenes de todos los géneros: punks,
heavys, hipsters...
Nada más dejar las maletas en la habitación de nuestro
hostal (compartida con una pareja china) partimos hacia el lugar donde toda
esta gente se dirigía: KREUZBERG, uno de los barrios alternativos de la ciudad
donde se veían muchos iconos anarquistas, antifascistas y antisistema.
También había
conciertos de indie y rock pero la mayoría eran de heavy, black metal, drum and
bass y mucho punk “del duro”. Y entre su público, predominaban los tatuajes, el
pelo pintado, la cresta y cara “como de mala leche”.
Conforme caía la noche, el ambiente empezaba a
deteriorarse, el alcohol y las drogas se palpaban en el ambiente y la gente
comenzaba a comportarse de forma agresiva y alterada. Fue por esto que el
primer día decidimos irnos pronto al hostal y así estar en forma para ver
Berlín a la mañana siguiente.
Sin embargo, los berlineses parecieron ser ciudadanos educados y respetuosos y, entre muchos de ellos, se integran personas de todas las nacionalidades, pues, sin lugar a dudas, Berlín es una ciudad multicultural.
Respecto a la
comunicación no teníamos problema, pues una gran mayoría hablaba inglés. De lo contrario, Jorge y yo sabíamos algo de alemán turístico con lo que pudimos defendernos
y patearnos la ciudad sin problema. Es
así como pudimos apreciar que ésta es una ciudad que va a contracorriente. Berlín se encuentra llena de
grúas y elementos de construcción encargados de levantar una nueva
metrópolis tras haber quedado totalmente devastada en la Segunda Guerra Mundial. Fue tal el nivel de
destrucción que apenas vimos edificios con una historia anterior a la guerra, con excepción de algunas restauraciones como son el Parlamento Alemán (Bundestag), la Catedral
de Berlín (Berliner Dom), el Palacio Charlottenburg o la Puerta de Brandenburgo,
principales focos turísticos de la ciudad junto con el muro.
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Checkpoint Charlie |
Fruto de la Guerra Fría fue también su famoso “Muro de Protección Antifascista” levantado por la Alemania soviética, y que dividió la ciudad durante 28 años. Aún cuando nosotros llegamos, pudimos apreciar una gran diferencia entre la Berlín occidental y la oriental marcada por el Muro, la Puerta de Brandenburgo o el Checkpoint Charlie.
En la siguiente foto, tomada desde lo alto de un parque situado tras la puerta de Brandenburgo, se puede apreciar la frialdad e inútil amplitud de las calles de la Alemania comunista, pensadas únicamente para desfiles militares. Actualmente, se ha convertido en uno de los parques más grandes de Berlín.
Así pues, si tuviese que mostrar el presente, pasado y futuro de Berlín en una sola imagen, sería la siguiente: llena de museos y bajo un fondo plagado de grúas, ya que, al mismo tiempo que se reconstruye, el gobierno alemán está embelleciendo la ciudad con parques y museos que atraen a millones de turistas que, por cada entrada que pagan (unos 7€ la más barata con carnet joven o estudiante), financian el levantamiento de la capital del país con vistas a un futuro sostenible.
Fue aquí cuando, tras ver otras ciudades europeas como
Amsterdam, Viena, Praga, Budapest o Cracovia, pude ver con claridad que Europa no es
tan distinta entre sí como podemos imaginar. Cada país tiene su identidad, su
arte y su cultura propia, pero todos tenemos un mismo presente creado por una misma
historia que incumbe a todos los europeos.